¿Conoces la historia de la Lliga?
Habían transcurrido poco más de cinco años del final de la Guerra Civil, y en el Campo de la Bota, donde en la actualidad se ubica la zona de baños del Fórum, los tribunales militares fusilaban a los condenados a muerte. Eran también años en que el hambre y las privaciones se traducían en una elevada mortalidad infantil (el doble que en Europa) y en la proliferación de enfermedades corno la tuberculosis (33.000 muertos en 1944), el paludismo o la disentería. 1944 fue también el año en que el río Llobregat se desbordó por enésima vez, dejando sin hogar a numerosas familias; se creó el documento nacional de identidad (DNI); en los cines triunfaba Historias de Filadelfia, con Cary Grant y Katherine Hepburn, y Carmen Laforet ganó la primera edición del premio Nadal con la novela Nada, que retrataba el ambiente opresivo de esa Barcelona de posguerra.
A su manera, Francisco Sert contribuyó a restaurar la civilidad de una sociedad maltrecha cuando decidió fundar una organización ” … con el objeto de procurar la máxima compenetración y unidad de acción entre las personas amigas de los animales y de las plantas para la defensa y protección de los mismos por todos los medios posibles … “. Dicha organización atendería “muy especialmente a la protección de la raza canina en justa compensación a los inapreciables servicios que esta presta al hombre“. Le acompañaron en su proyecto Pablo Vidal Balaguer, comandante veterinario, y Benito Perpiñá Robert, médico. Los tres integraron la comisión gestora de la Liga, a la que podrían asociarse “todas las personas sin distinción de sexo ni edad, que observen buena conducta, que no hayan infringido nunca las leyes proteccionistas de los animales y plantas, y que se comprometan a laborar a favor de los fines de la sociedad”. Los socios, en fin, debían abonar una cuota “que no podrá ser inferior a una peseta mensual“, un precio módico en una época en que un periódico, por ejemplo, costaba 25 céntimos.
El expediente avanzó por la escarpada burocracia de la época sin excesivos contratiempos, habida cuenta de que sus promotores eran personas “de buena conducta en todos los aspectos“, como señala el informe de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona que acompaña la documentación. Y así, mientras las fuerzas aliadas se abrían paso a través de Francia tras desembarcar en las playas de Normandía, el 11 de julio de 1944 y con las debidas autorizaciones del Ministerio de Gobernación y del Gobierno Civil de Barcelona se constituyó “La Liga para la Protección de Animales y Plantas”, con Francisco Sert como presidente. El acto tuvo lugar en el domicilio del conde, en la calle Aragón, pero allí mismo se acordó buscar un nuevo local “que esté en consonancia con las necesidades de la entidad” y que estuvo ubicado en el entresuelo de Vía Layetana, 99. Asimismo, “se tomó en consideración la gestión verificada por el Sr. Conde de Sert referente al alquiler de unos terrenos con vivienda, sitos en el Tibidabo, cerca del Funicular, con destino a refugio y sanatorio para animales recogidos y abandonados“.
La sede social se trasladó posteriormente a la calle Junqueras, 16, según se desprende de una modificación en los estatutos realizada en 1949; más tarde, en 1965, con la Liga radicada ahora en la calle del Vidrio número 10, se formalizó otro cambio estatutario para adaptarse a la legislación vigente; en el nuevo redactado llama la atención un artículo que detalla el patrimonio de la entidad, que, además de las oficinas de la calle del Vidrio, incluía la “instalación completa de un refugio sito en la avda. del Tibidabo s/no destinado a recoger, curar y albergar a los animales recogidos o entregados a esta entidad. Valor aproximado pesetas 25.000.- c) Una camioneta Citroën destinada al servicio de recogida de animales y a los demás servicios ciudadanos que presta la sociedad. Valor actual aproximado en pesetas de 50.000“. No deja de sorprender el valor del vehículo, que duplica al del propio refugio. Poco después, en 1967, la Liga solicitó su reconocimiento como “asociación de utilidad pública“, en virtud de su “finalidad benéfica, sanitaria, cultural e instructiva como medios para estimular y encauzar la sensibilidad humana en sus relaciones para con los animales y plantas para llegar al objetivo superior de mejorar la educación cívica“. La declaración de utilidad pública se obtuvo en 1969 y las posteriores administraciones, tanto autonómicas como estatales, han ratificado el carácter benéfico de la Lliga. A finales de los sesenta, su logotipo seguía siendo el mismo que aparece descrito en los estatutos de 1949: “El emblema de la perro moteado en actitud triste sobre una acera, según se venía utilizando“. A mediados de los años setenta se cambió el mencionado emblema por otro más futurista que representaba las estilizadas siluetas de un humano y su fiel perro. A este le sucedió otro logotipo, más infantil y disneyano, que a mediados de los años noventa fue relevado por la actual imagen corporativa.
En lo fundamental, puede parecer que los objetivos de la Lliga apenas hayan variado en estos más de setenta y cinco años, pero si antaño su principal misión era dar asilo a animales desprotegidos, hoy se trata de darles cobijo y, sobre todo, de fomentar su adopción y procurarles un hogar donde sepan tratarlos con respeto y cariño. De aquel espíritu en que se apelaba más a la caridad que a la solidaridad quedan testimonios como el monumento que el 4 de octubre de 1978, festividad de San Francisco de Asís, se inauguró en el recinto del parque zoológico: una escultura dedicada al perro vagabundo. Su autor fue Artur Alomà y representaba a un perro famélico con una mirada infinitamente triste. Era la viva imagen del abandono y aún hoy puede verse cerca de la entrada al zoo por la calle Wellington. Fue donada a la ciudad por la Lliga, que la costeó por suscripción popular, con el fin de sensibilizar a los visitantes ante la situación de los perros abandonados y maltratados.
A finales de 1990, la Lliga pasó por una delicada situación cuando recibió una comunicación notaria, para que abandonara las instalaciones del Tibidabo antes del 31 de diciembre, pues el propietario del terreno había decidido rescindir el contrato de alquiler. Ante el cierre inminente, a partir del 1 de octubre se suspendió la recogida de animales abandonados y tampoco hubo nuevas admisiones en el refugio. Pero aquel trance se superó y en 1993 se empezó a demoler el viejo refugio; la Lliga puso entonces en marcha un programa para fomentar la adopción entre personas mayores. La Vanguardia se hizo eco del mismo al año siguiente, en marzo de 1994: “La Lliga regala animales de compañía a personas mayores que vivan en la soledad de sus pisos habitados por el silencio y la nostalgia. El animal recupera la vivencia de un amo y el abuelo encuentra un objetivo sobre el cual depositar su cariño solitario: se solucionan dos problemas de una sola tirada. Los animales se entregan en perfectas condiciones de salud, esterilizados, vacunados, identificados con un microchip, y después de haber estado semanas en observación para calibrar su identidad como compañeros de personas que no están en el tope de sus habilidades físicas“. Los gatos fueron los principales beneficiados, dado que muchos adoptantes no estaban en condiciones de realizar paseos frecuentes. En aquella época, y a pesar de disponer del nuevo refugio diseñado por el arquitecto Jordi Galí, la Lliga no contaba con los medios necesarios para acoger gatos, como sí sucede actualmente, por lo que, según el periódico, respondía a las peticiones de adopción “buscando el animal precisamente donde sobra: en el departamento de zoonosis del Ayuntamiento, que los recoge y los despacha sin demasiados trámites intermedios“.
Aquel flamante refugio de los años noventa se ha ido adaptando con el paso de los años a nuevas necesidades y a un mayor número de residentes, pero quizá ha llegado el momento de volver a pensar en su renovación, porque sigue habiendo cientos de animales que lo necesitan.